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10 años sin Jairo Varela: una semblanza de Umberto Valverde

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Fuente: El Tiempo, Colombia. Por Umberto Valverde

En mayo del 2007 me encontraba en el estudio de Jairo Varela cuando hizo su aparición Tito Gómez, el mejor cantante de la historia musical del Grupo Niche. No era una visita casual. Varela lo había llamado porque deseaba que acompañara a la orquesta en varios conciertos, uno de ellos en Pereira. Nos abrazamos. “Tocayo”, me dijo Tito. Él se llamaba Humberto. Varela estaba de buen ánimo, haciendo chistes. Los tres teníamos sobrepeso y Tito Gómez, un vientre pronunciado. Varela se quedó mirándonos y dijo:

“¿Quién de los tres se va a morir primero?”.

Nos reímos, pero bastante convencidos de que no era un buen comentario.

Tito Gómez aceptó ir al concierto de Pereira con el Grupo Niche, regresó a Cali enrumbado y murió el 11 de junio del 2007. El sábado 1 de septiembre de 2007, Jairo Varela sufrió un infarto agudo de miocardio. En noviembre de 2007, haciendo prensa para el Mulato y Swing Latino, me dio un ataque de tos. A mi regreso a Cali me internaron, era un infarto en proceso.

El corazón nos avisaba; pero el de Jairo todavía tenía energía para unos años más. El creador de Cali pachanguero tuvo un infarto fulminante el 8 de agosto de 2012. La noche antes de morir fue a casa de Cristina, su hija preferida, que vivía con su madre, Gloria Bonilla. Varela fue porque sabía que Cristina estaba molesta con él. Le había prometido ir a Miami con ella y finalmente se fue solo. Acababa de llegar. Cenaron. Vieron un partido de basquetbol americano, una de sus pasiones, y le mostró una serie de medallas en venta por internet, quería darle gusto. Estaba estrenando carro y se fue a Jardín Plaza para traer dinero en efectivo. Estaba acompañado por su gran amigo de infancia, Héctor Murillo, ‘Sardina’.

“Regresó, yo salí a la calle y me dio el último beso”, recuerda Cristina Varela. “Yo siempre le digo a mi mamá: ‘El último beso fue el mejor beso’. Me dio un beso en la mejilla y me dijo: ‘Mamacita, Críspula’. Yo era Críspula, su hija. Y se fue”.

El informe de necropsia no pudo determinar la hora del infarto, que seguramente fue al amanecer. El dolor lo obligó a ir hasta el lavamanos para buscar agua, quizás. Pero se estrelló contra un muro del baño y cayó al piso. Se abrió una herida y quedó rodeado de sangre. Bonny, su mascota de raza shihtzu, no dejaba que nadie se acercara a él y mostraba sus dientes afilados. Cuando llegó Cristina, le habló, lo calmó y lo separó del cuerpo de Jairo Varela. Cristina le abrió el ojo izquierdo, recogió su ropa, tocó su sangre y recogió sus gafas.

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La última entrevista que le hice a Jairo Varela me mostró abiertamente la tormenta que vivía. Estaba golpeado por la demanda de la Dian a Estudios Niche, que él consideraba la única herencia para sus hijos. Me habló descarnadamente de su sufrimiento por la angustiosa relación que tenía con Damaris de Diego y un tercer tema familiar que le destrozaba el corazón.

Jairo Varela, en el final de su vida, solo contaba con dos confidentes y amigos: José Aguirre y Álvaro Cabarcas, conocido como Pelusa, el gran pianista del Niche histórico. “Los dos últimos meses lo vi muy triste”, recuerda Pelusa, “estaba apagado, su atención estaba centrada en una novela que estaba escribiendo, que no alcanzó a terminar, pero que tú rescataste y la publicaste con la Universidad del Valle. Me decía que le preocupaban sus hijos, decía que Cristina era su yo femenino y que su carácter era muy parecido al de él, confiaba en que ella llegaría ser alguien muy grande. Yanila era su polo a tierra. Sus brazos. Nuestro último encuentro, en Crepes and Wafles, fue para contarme algo doloroso, pero hablamos y no lo contó, no era necesario, necesitaba que yo lo oyera”. También fui testigo de estos constantes llamados a Yanila Varela: una vez le timbró 15 veces a su celular en solo una hora. Eran recomendaciones, sugerencias de compra de un aparato tecnológico, una duda sobre las giras, en fin. Ella era su agenda, su memoria.

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Yanila Varela se convirtió en su mano derecha desde 1996. Después de una circunstancia especial, Jairo decide que ella debe irse de Colombia. “Al final del día terminaba hablando más con mi padre que con mi esposo”, recuerda Yanila. “Cuando no le respondía porque estaba hablando con alguien, llamaba al celular de mi esposo. Me enviaba mensajes. En sus últimos años, cuando escribía su novela El amanecer de los pájaros, que inicialmente se tituló Luces negras, me la reenviaba varias veces durante la noche. Por la mañana, cuando hablábamos, me decía: “Si pasa algo, tú tienes la última versión”.

Después de ver a Cristina en su casa, la noche del 7 de agosto de 2012, Jairo Varela le envió la última copia a Yanila. Nunca se supo si era por hábito o porque corrigió algo. Cristina Varela cuenta que Jairo, su padre, le dijo tajante:

La última entrevista que le hice a Jairo Varela me mostró abiertamente la tormenta que vivía. Estaba golpeado por la demanda de la Dian a Estudios Niche

Le encantaba invitar amigos, sobre todo, académicos, para que lo oyeran leer los capítulos de la novela. Uno de estos era el profesor Darío Henao, decano de la Facultad de Humanidades de la Universidad del Valle. Yo lo escuchaba, pero siempre le decía que me pasara una copia impresa, o un capítulo, y que le haría los comentarios escritos. Se negaba. La guardaba como una joya. En octubre de 2019 logré que la Universidad del Valle, su programa editorial, publicara esta novela, con una magnífica revisión y corrección del profesor y escritor Hernán Toro, y de la profesora Luz Stella Grisales. Es uno de los hitos alcanzados y gestionados por el Museo de la Salsa Jairo Varela. Así como no fue fácil que Varela alcanzara el reconocimiento de ciertos temas, esta novela amerita ser leída por la crítica y por Colombia. Es el alma del Pacífico, la misma que escribió su madre, Teresa Martínez de Varela, recientemente publicada por el Ministerio de Cultura.

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La persona que marcó la vida de Jairo Varela fue su madre. Después de sus primeras presentaciones en Cali en 1981, decidió quedarse en esta ciudad que lo hizo suyo, y él también se volvió caleño, sin perder su herencia chocoana; en esa época lo conocí y le hice una entrevista que publiqué en el periódico El Pueblo, el sábado 21 de noviembre de 1981. Varela me dijo: “Yo soy hijo de Teresa Martínez y tengo 100 canciones escritas”. A mí me dio pena preguntar quién era Teresa Martínez. Con el paso del tiempo, nos hicimos amigos y me regaló uno de sus libros: “Teresa Martínez”, me contó, “fue una de las primeras mujeres en Quibdó que se alisaron el cabello, usó pelucas y se vistió a la moda europea; fue de las primeras en usar minifalda y participar en eventos de plaza pública para defender los derechos y la dignidad del pueblo chocoano, fue una mujer moderna y adelantada para su época”.

Leía a Sartre y Simone de Beauvoir. Era amiga de los intelectuales en Bogotá. Fue secretaria de Cultura encargada. Ella, que no tenía dinero, le regaló una guitarra a su hijo, a los ocho años. Jairo, antes, había conformado un grupo llamado La Timba, para ganar unas monedas con sus amigos, y amenizaban los cumpleaños de las vecinas. Recordaba que uno de los temas para tocar era La múcura. Gracias a ella adquirió una cultura oral. Jairo Varela no fue un buen lector, pero su madre fue su inspiración. Por eso llegó a ser considerado, después de Tite Curet y Rubén Blades, el mejor letrista de la salsa, un compositor único, canciones sociales y de amor, y canciones de protesta. Cuando doña Teresa Martínez murió, Varela estaba en la cárcel y el Fiscal General de la República le negó el permiso para ir al entierro. Jairo nunca lo superó, le dolió en el alma, por fortuna, pasaron el carro funerario por la cárcel, en las cercanías al Hospital Universitario de Cali. En esas circunstancias fue su despedida.

“Busca por dentro, amor

Busca en mis entrañas, busca un poco más,

Sin miedo a la oscuridad que te esperaré.

Abrázame, entrégate a mí,

Que quiero compartir contigo,

Toda la esencia, toda la esencia de este amor”.

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Jairo Varela con Umberto Valverde, autor del libro “Que todo el mundo te cante”

A partir de ese primer viaje a Cali, en 1981, un contrato realizado por Manolo Solarte, Humberto Corredor y Adán Martínez, el célebre Cucaracho, Varela se quedó en Cali. La primera noche, programada en el hotel Aristi, no fue nadie, y Manolo Solarte decidió llevarse el grupo a la discoteca El Abuelo Pachanguero, en Juanchito. Empezaron a tocar a la una de la mañana, y los que tuvimos la fortuna de estar ahí salimos a las 9 del otro día. En 1984, Jairo Varela escribe Cali pachanguero y encuentra el amor eterno de la ciudad, el amor con Gloria Bonilla y el éxito en el mundo de la salsa.

Sobre la importancia de Cali, Varela era concluyente: “A Cali le debo todo. Su gente, esa admiración por nosotros, nuestra admiración recíproca por sus costumbres. Uno no tiene con qué pagar todo lo que han hecho por el Grupo Niche o por Jairo Varela. He escrito cuatro o cinco temas sobre Cali; si pudiera, le haría un millón”.

En el 2015, Cali pachanguero fue incluido por la revista Billboard como una de las 50 canciones más importantes en toda la música popular realizada en el mundo. Jairo Varela conformó una orquesta que, basada en un sonido excepcional, estructurado sobre los vientos, a la manera de las orquestas de Nueva York, alcanzó el reconocimiento mundial. Sus viajes se multiplicaron, y Varela entendió, como visionario, que eso no sería para siempre. Por eso instaló a su hija Yanila en Miami, para que aprendiera el negocio del disco y del mercadeo, bajo su tutoría.

Cuando murió, Yanila entendió que le tocaba su turno. Tenía que organizar una sociedad familiar y abanderar la administración de esta institución musical. Sobrevivió a la pandemia, publicó un álbum llamado 35 Aniversario, bajo la dirección de la persona más indicada, el mejor alumno de Varela, José Aguirre. En ese álbum incluyeron el tema Niche como yo, la primera grabación de Varela, realizada antes de la conformación de Niche, en 1978, en los estudios de Sonolux. Esa grabación me la hizo llegar Sergio Santana y fui la persona de oficializar este rescate. La promocioné en las discotecas de Cali, y, posteriormente, Aguirre la grabó dentro del esquema de la agrupación. Yanila Varela con José Aguirre alcanzaron lo que Varela no pudo: ganaron el premio Grammy Latino y, más que todo, el premio Grammy anglo. Una canción de esta nueva producción, Algo que se quede, acaba de superar los 70 millones de Spotify.

Grupo Niche, en los dos últimos años, antes de pandemia, y después de ella, alcanzan un promedio de 100 o 110 presentaciones por año, un promedio de una presentación cada cuatro días, una cifra que no la alcanza ninguna otra agrupación salsera del mundo.

Varela fue premonitorio, escribió y grabó como guía para el cantante Elvis Magno la canción Estoy tocando el cielo.

“Estoy tocando el cielo con las manos

He llegado al punto máximo

Estoy tocando el cielo

Lo que siento aquí en mis manos,

Lo que aspiro el ambiente.

Todas las noches son verano,

Cálidas como una hoguera.

Brindemos con un vino”.

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Con el Museo de la Salsa Jairo Varela propusimos hacer una escultura en la plazoleta Jairo Varela, se coordinó como una convocatoria, bajo el manejo del Museo de Arte La Tertulia; el ganador fue un arquitecto, Freddy Pantoja, que construyó una escultura sonora. En Colombia solo hay dos, ahí se escucha Cali pachanguero y los turistas bailan dentro de las campanas.

José Aguirre, director musical del Grupo Niche, compositor y arreglista de la producción que ganó el Grammy Latino y el Grammy anglo, me dice hoy en día sobre Jairo Varela:

“Alguna vez, en las últimas conversaciones que sostuve con Jairo, me dijo: ‘Uno trabaja por la gloria, hay gente que no entiende por qué uno hace lo que hace, la perspectiva en los tiempos maduros de una persona son diferentes, hay cosas que importan menos y otras que dejan de tener valor’ ”. Hoy entiendo perfectamente ese comentario de Varela. Él, hoy en día, es un personaje amado, recordado, valorado. Hoy, su música se ha incluido en la pedagogía y muchas de sus obras se vuelven más y más icónicas día a día. Está más vivo que nunca.

Jairo Varela me permitió estar en la intimidad del estudio. En los momentos de creación, en ese bunker donde nadie entraba. Me pasaba horas enteras viéndolo trabajar, tratando de entender lo que hacía; por ejemplo, como escogía una versión de trombón dentro de 22 opciones. Me regaló una canción inédita sobre su hija, Cristina, que luego perdí. Él la rehízo para grabarla. Me entregó un escrito sobre él de su madre, Teresa Martínez, escrito a mano, y con fotos pegadas en sus páginas.

En mi juventud, llegando a México, estuve en el majestuoso entierro de Agustín Lara. También estuve en el funeral apoteósico de Celia Cruz en Nueva York, donde se cerró la Quinta Avenida después de 30 años. Al entierro de Jairo Varela, sin convocatoria de alcaldía, sin organización ninguna, asistieron 500.000 caleños, que lloraban y cantaban sus temas inolvidables. Fue un día inolvidable para una ciudad que lo sigue amando por siempre.

Source: radioelsalsero.com