Fuente: El País, España. Por: Karelia Vásquez
Nacer escuchando boleros puede ser una metáfora más o menos cursi o una circunstancia vital con severas secuelas en la educación sentimental de cualquier ser humano. Pero así, literalmente, entre letras y acordes de amores desafortunados, llegó a este mundo Alejandra Fierro Eleta, nacida en Madrid en el año 1958.
En la casa de sus padres —él asturiano y banquero; ella panameña “modernísima que escribía a máquina, fumaba y hablaba inglés”— sonaban a toda hora Lucho Gatica, Cuco Sánchez, Toña La Negra, Olga Guillot, y la familia cargaba con el mandato genético de que uno de los tíos, Carlos Eleta, había compuesto el eterno clásico La historia de un amor.
Ya no estás más a mi lado corazón, y en el alma solo tengo soledad…
Cuando visitamos a Alejandra en Villa Palmera, su imponente casa en El Escorial, ella no tarda en reconocer que lo suyo es la música de “rajarse las venas”. Claro que sí.
Los muros de piedra de la vivienda guardan la colección más importante de música latina de la que se tenga noticia. Más de 60.000 vinilos, entre elepés y sencillos de 45 y 33 rpm; 45.000 cedés, 3.500 fotos. Las estanterías que van del suelo al techo y cubren buena parte de las paredes anuncian que allí vive alguien que se toma muy en serio sus hobbies, tanto que los ha convertido en el destino de su vida —para decirlo como lo haría un buen bolero—. Aquí también está la sede de Radio Gladys Palmera, un espacio libre y culto sobre los ritmos latinos, en antena desde hace más de 20 años y ganador de un Ondas. “Cuando yo empecé todo esto, en España la música latina era la teta, el culo, la playa y la maraca”, dice.
La noticia es que pronto Alejandra abandonará esta mansión, se irá a vivir al centro del pueblo con su perro Cuba y dejará todo su espacio a las divas y a los galanes latinos. “Esto será la Fundación Gladys Palmera, un centro cultural y de investigación con residencias”, avanza mientras fantasea con conciertos acústicos de bandas de pequeño formato en su patio o con juntar en el estudio de Gladys Palmera al dj Nicola Cruz con el músico barranquillero Pernett.
Gladys Palmera es Alejandra Fierra, y viceversa. “Cuando le dije a mi padre que quería hacer radio me contestó: ‘Con mi nombre no será’. Así que tuve que buscarme otro. Mi hermano viajaba mucho a Latinoamérica y contaba que allí todas las secretarias se llamaban Gladys. Él me llamaba así, en plan voluptuoso, sabiendo que yo soy todo lo contrario. Lo de Palmera me vino enseguida a la cabeza”.
Su fascinación por la radio había empezado de forma primaria. “Un día papá trajo de América un walkie talkie, lo encendí, oí a un tío, le hablé y contestó… Se me abrió una ventana al mundo”. A los 12 años se había montado una estación (“a lo bestia, con una antena y un motor rotor”) y era la socia número 300 del club de radioaficionados de España. “Me acostaba tardísimo hablando en código Q con los guardas nocturnos de todos los garajes de Madrid”.
A los 18 se fue a vivir a Panamá y empezó a confiscar algunos discos de la familia. “Iba en el coche con la música a tope de las radios locales y ahí conecté con la salsa de los setenta, pero todavía no coleccionaba, solo compraba la música que me gustaba, como podía comprar Pink Floyd”.
Alejandra se mueve entre la nostalgia por las divas latinas de los cuarenta y cincuenta y la atracción que ejerce sobre ella el submundo kitsch y salvaje de los cabarés. “De joven he sido muy de la calle, en los ochenta pillé toda la movida de las drogas y lo pasé mal. Estuve cinco años en una clínica de desintoxicación en un pueblo de Barcelona. Iba a terapia y luego cuidaba a discapacitados. Agradezco mucho haber podido salir de aquello”.
Para escribir los guiones de Radio Gladys Palmera empezó a estudiar y a comprar música. “Antes me dejaba llevar por el azar. Era como se hacía, in situ. Te metías en una tienda en Nueva York y no salías en una semana, o te ibas a un comedor de lechón asado en Puerto Rico y en la planta de arriba tenían un espacio lleno de discos donde había que entrar con linterna y mascarilla por el polvo. Te morías de calor. Hoy con Internet vas a por un disco específico”.
“No colecciono porque sea obsesiva, sino para custodiar la cultura latina”, afirma Alejandra Fierro. Y luego: “Bueno, vale, soy obsesiva, ¡pero alguien tendrá que tirar de todo esto!”. Un trauma definió su misión de mecenas: la desaparición en una inundación de los archivos de una célebre emisora panameña.
Toda su casa está entregada a su sacerdocio. Las habitaciones personales de la primera planta se dedican a guardar la colección de carátulas y los cancioneros ya amarillentos de los años cuarenta y cincuenta; el garaje, a las últimas adquisiciones y a la digitalización; el recibidor, a los pósteres entelados de viejas películas mexicanas; el salón, a guardar las joyas de la corona. Entre ellas, el primer disco que compró en Panamá a los 18 años, Metiendo mano, de Willie Colón y Rubén Blades, un álbum de James Dean a las tumbadoras y el primer disco de La Lupe con el trío Tropicuba. También conserva un zapato de Joséphine Baker y trajes de Celia Cruz. La colección cubana es relevante por ser de las pocas que no hacen distinciones entre la música creada antes y después de 1959, dentro o fuera de la isla.
Se acaba 2020 y Alejandra está por cerrar la que será su gran compra del año. “¿Sabéis quién es Izzy Sanabria?”, pregunta sin esperar respuesta: “Es el diseñador de la mayoría de las carátulas de Fania All-Stars, el ilustrador que la mostró al mundo. Vamos a comprar todos los originales de sus portadas para Fania. No te puedo decir la horquilla de precios que estaría dispuesta a pagar porque estamos negociando, pero esto cierra el círculo de mi colección. Tener esto es tenerlo todo”. Calcula que puede haber pagado hasta 4.000 euros por un vinilo. Algunos discos los ha comprado hasta siete veces.
“Soy una romántica que va con un parapeto por la vida”, dice con no poco drama. Parece haber encarnado el espíritu de alguna de sus admiradas divas latinas, pero vuelve a la realidad: “Soy una señora normalísima, muy cabezota, que ahora ha empezado con el cigarrillo electrónico. He dejado las drogas y el alcohol, es verdad, pero a mí la música me coloca”.
—¿Por qué no ha habido nunca publicidad en Radio Gladys Palmera?
—Porque no quiero enguarrar la web con el sujetador de no sé dónde o el coche de no sé quién.
—¿Es cierto que en 2015 vaticinó la muerte del reguetón?
—Nunca he dicho eso —responde—, pero tengo 62 años. Comprenderás que eso a mí no me va.
Source: radioelsalsero.com